18 Septiembre 2020 Cuando todo esto que ahora llamamos “nueva normalidad” dio comienzo, la sensación era para mí como si el mundo fuese derrumbándose como un castillo de naipes a mi alrededor…
El colegio de mi hijo cerraba y mi pareja que trabaja como profesor no iba a volver a trabajar hasta no sabíamos cuándo. Yo, que en los últimos años, haciendo malabares, había conseguido un cierto equilibrio entre mi desarrollo profesional y la conciliación familiar, veía parada repentinamente esa trayectoria.
Una sensación de incertidumbre general calaba en todos mis poros. Era difícil no volver afectada después de ir a comprar al supermercado y ver los pasillos desolados sin toda esa abundancia a la que nos tienen acostumbrados.
Fueron unos primeros días en los que las emociones estaba a flor de piel… ¿Qué le estaba pasando a nuestro mundo…?
Por un lado quería mantener la calma, no dejarme arrebatar por el miedo, la incertidumbre. Por otro lado, la falta de precedentes ante lo que estábamos viviendo hacía difícil el estar tranquila y confiar…
Pero tras esos primeros días en estado de shock con todo lo que estaba pasando, echando en falta no estar más cerca de nuestras familias, experimentando un extra de dificultad en esa realidad que es vivir en el extranjero, vino la CONFIANZA.. Confianza en la vida, confianza en la salud, confianza en que ahora más que nunca lo que teníamos que vivir a tope era el presente.
La única certidumbre era lo que hacíamos cada día con nuestros hijos, cómo nos sentíamos nosotros y la actitud con la que afrontábamos cada uno de los momentos. Porque en función de cómo lo viviéramos nosotros, nuestros hijos iban a vivirlo también.
Y fue intenso, pero también fue bonito. Pude pasar más tiempo con mi hijo mayor del que hacía bastante tiempo que no pasaba. E hicimos cole en casa, y me di paseos interminables en los que pude ir al ritmo de mi hija pequeña; asombrándome con ella de las hormiguitas que corrían y de las flores y de los pájaros, las nubes y todo aquello que muchas veces pasa desapercibido en nuestra ajetreada vida.
Hicimos pan, hicimos bizcochos, hicimos nuevos proyectos en nuestro jardín, bailamos y reímos…
Seguimos aprendiendo a lidiar con nuestras diferencias en la pareja y supimos seguir siendo equipo a pesar de ello.
Toda esta situación me ha hecho valorar aún más todo lo que tengo y me ha hecho recordar lo que de verdad importa para mí en la vida, además de llevarme a poner en práctica aquélla lección que ya me enseñaron mis hijos en su nacimiento que es la de CONFIAR.